Al escuchar la petición del navegante, la mujer de dulce mirada lo observó y advirtió:
—Puedo hacerlas: una para el fuego, otra para la helada nieve de tu destino final y otra para esparcir semillas.

Una vela para un barco, tejida con hilos incandescentes y tonos de fuego.
Cada una de ellas servirá en las áreas que has de tocar a tu paso por la órbita, el mar y la tierra…
El navegante taciturno y un poco ofuscado, preguntó:
—¿Semillas?
La dama de una edad indescriptible, con el cabello de sombra y luz, advirtió:

—Por supuesto, caballero, ellas son el alimento que comunica, que ilumina; ellas dialogan con cada espacio recorrido… Serán tu mejor hechizo y mi mejor regalo.
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