Más que objetos inanimados, los bodegones son evocaciones de la memoria que nos conectan con momentos pasados y emociones perdidas.
En ellos, el pan no es solo alimento: es tránsito, simbolizando el viaje de la vida, las necesidades y las interacciones humanas que giran en torno a la mesa.
La fruta madura no es solo dulzura: es tiempo, un testimonio del ciclo de la naturaleza y de la paciencia que se requiere para alcanzar la plenitud.

Cada elemento puede ser leído como un símbolo, como un fragmento de un lenguaje secreto que habla de la cultura, la historia y las tradiciones de quienes los observan.
En este mundo visual, cada bocanada de color y textura nos invita a reflexionar sobre la fragilidad y la belleza de nuestra existencia, recordándonos que, al igual que estos objetos, todos estamos interconectados en el tejido de la vida.
Así es que este trabajo es del año 7 Asgardiano, pero siempre es bueno ponerlo en contexto y notar su permanencia en el trayecto.
Curiosamente, fueron los franceses los que le dieron al término holandés ese cambio drástico, y que pasó al español como tal: pero en francés (nature morte) e italiano (natura morta), la traducción se inclinó hacia lo “muerto”, y de ahí pasó al español como “naturaleza muerta”.
Por tanto, lo efímero, lo perecedero, lo que ha dejado de crecer, se convirtió en algo esencial a partir de la definición; así, el bodegón se convirtió en un espacio para meditar sobre el tiempo, la decadencia, la memoria.
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