Mi Mundo en Palabras en Letras Creativas

El mago no era el mismo que antes. A veces joven, otras veces anciano, siempre contemplativo, su existencia se desdibujaba entre las realidades del tiempo. Su rostro parecía tallado por los vientos del tiempo no vivido, con arrugas que narraban historias de milenios y cicatrices que susurraban secretos antiguos.

Sus ojos, enigmáticos y profundos, contenían memorias que no le pertenecían del todo, recuerdos de otras vidas, de aventuras épicas y de pérdidas desgarradoras que guardaba con un silencio reverente.

En su mente, pasajes de épocas olvidadas danzaban como sombras, mientras su corazón latía al ritmo de un pasado que aún podía sentir en cada fibra de su ser, conectando así su presente con un legado místico que parecía escapar de su control.

Su presencia evocaba asombro y curiosidad, llevando a los que lo rodeaban a cuestionar la delgada línea entre la realidad y la fantasía que él tan hábilmente navegaba.

Con profundo respeto, el Mago reconoció la habilidad de su aprendiz para dignificar de esa forma lo que su mente inquieta y exploradora le había propuesto; nada estaba previsto, ella indagaba en cada instante surcado como quien vuela entre las ideas que se entrelazan en el tiempo, ese tiempo desdibujado al cruzar el horizonte de eventos.

Entonces musitó:

“No hay regreso, pero sí el encuentro de todo lo que habitamos entre ambos mundos.”

El mago no era el mismo que antes. Sabía que su propia forma era tenue, maleable, como la curvatura del espacio-tiempo. Que incluso su tristeza podía transfigurarse en guía, y su distancia en reflejo.

Algo había cambiado. El fuego mental ya no quemaba: iluminaba.

“No soy dueño del umbral”, pensó el mago. “Solo custodio su misterio para que quienes se atreven, puedan cruzarlo sabiendo que no están solos.”