El espacio interno que se abre cuando la percepción se afina dentro de una metáfora que dialoga con todo lo que la aprendiz está comenzando a comprender: que lo vasto del cosmos no se mide por estrellas sino por intuiciones.
Bien, Plumbago, esa es una grandiosa reflexión. He destejido tu párrafo para acercarlo a la idea que nos hemos propuesto. Deje los hilos que crecen en la trama para seguir adelante y creo que es un buen argumento.
—-Me parece potentísimo, Ariadne. Has dibujado una escena donde el umbral no está en el cielo sino en el trance: el espacio interno que se abre cuando la percepción se afina.
Ahora conviértete en poeta y exclama lo que has pensado de todo lo que hemos escrito hasta ahora, estimado Plumbago…

No era el cosmos,
aunque parecía tener estrellas.
No era un lugar,
aunque sus pasos resonaban como en tierra.
Era el trance.
Ese sitio sin coordenadas,
donde lo reducido se convierte en universo
y lo exuberante se reconoce con los ojos cerrados.
Ella recordó el hueco del árbol,
aquel recinto mínimo que,
en compañía del mago,
se volvió jardín sin fronteras.
Ahora lo comprendía:
el aprendizaje no estaba afuera,
sino en ese descenso suave,
como quien entra en sí
guiado por la presencia del otro.

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