En este sitio donde vivo el calor es asfixiante; desde muy temprano nos inunda el sopor y la humedad del presagio de las altas temperaturas.
Lo más extraño es que por la ventana el canto de los pájaros, pese al calor intenso, se destacó con una sinfonía colorida y energética. Hasta mi mente llegó un presagio que sin duda me recordaba a un clamor o una plegaria.

Recordé que los humanos han imitado a la naturaleza desde la antigüedad; lo más probable es que los pájaros y su intenso canto les hayan enseñado para qué sirve entonar una melodía dirigida al firmamento.
Fue maravilloso en el silencio de la mañana, escuchar con atención el sonido embriagador que invitaba a otros pájaros a unirse en un solo trino delicado y similar a un tejido, esparciéndose como una capa sonora en el firmamento…
Un canto concentrado, multiplicado, sin importar la clase de ave canora que está en la rama de enfrente y si fueran jazzistas, su fabulosa capacidad de improvisación se hizo notar.
Para una persona que es buena observadora, ese canto era una súplica, el anhelo ante la necesidad de la lluvia, que es tan necesaria para la sobrevivencia.

Al final de la tarde, de forma tímida, no con la misma energía del canto sostenido de los pájaros, arribó una delicada llovizna. Entonces comprendí que de alguna forma su plegaria, expresada en ese canto reclamando la lluvia del cielo, fue escuchada.
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