Aquel hombre de expresión contemplativa, como si custodiara el paso del tiempo, fue llamado por el Capitán para evaluar su desempeño; de acuerdo a los parámetros del navegante, esta persona tenía que ser un verdadero guardián de memorias en cada ascenso al puesto del vigía.
Igualmente, cada tránsito planetario necesitaba ser observado con una visión única y personal, como un buen astrónomo aportaba su propio entendimiento y experiencia a la interpretación de esos eventos cósmicos.
Un hombre de carácter jovial, siempre sonriente, y en sus cabellos se adivinaba el movimiento de las olas del mar, reflejando la serenidad y la profundidad del océano.

Su mirada, llena de curiosidad, parecía contemplar no solo los cielos, sino también los misterios de la vida misma. Cada estrella que aparecía en el firmamento parecía responder a su llamado, como si compartieran un secreto ancestral que solo él pudiese descifrar.
El capitán, con sus manos cruzadas a la espalda, giró para verlo cuando el hombre llegó hasta la estancia blanquísima donde se encontraba un obsequio que la madre del vigía había enviado al capitán, una flor de Nochebuena…
De tal suerte que fue el mejor pretexto para conversar con el vigía e intercambiar algunas situaciones de este viaje tan especial que se preparaba con esmero.
—Muchacho, ante todo quiero agradecer a tu madre el bello regalo; siempre la recuerdo con agrado. Ella, en su vida activa, fue una cartógrafa eficiente y única; en ella se refleja el interés por los tránsitos planetarios y el movimiento de los mares, y sus aportaciones a la navegación han sido para cada uno de nosotros de gran ayuda.
Siéntate, tenemos que hablar de algo muy especial, solo estamos esperando a mi segundo al mando. Sírvete un trago…
Nota de la autora: Recuerden que cada vez que aparece el segundo al mando, la charla es privada y no se refleja en el blog.