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¿Y si el mundo no avanzara en línea recta?
En este ensayo sensible y lúcido, Ben Ormes cuestiona la huida hacia delante de nuestra época. A contracorriente de los eslóganes y de los dogmas, explora lo que el mundo aprende cuando cae: el valor de la lentitud, el poder de la duda, la elegancia de los gestos invisibles.
Con una prosa depurada, poética y encarnada, este libro entrelaza relatos de vigilia, de cuidado y de transmisión. Da voz a quienes ya no se escuchan y traza un camino: no para salvar el mundo, sino para sostenernos en él. Juntos.
Lo que el mundo aprende al caer es una linterna para atravesar la época.
No es una respuesta. Es un fuego que se comparte.
Versión original disponible en francés: Ce que le monde apprend en tombant
Después de un tiempo de pausa para permitir a los lectores formar su propio criterio con la fascinante lectura de esta obra, me dispongo a compartir mi reseña.
Reseña a “Lo que el mundo aprende al caer”
la mirada atenta y perspicaz de Ben Ormes
por Ariadne Gallardo Figueroa
Tenía que ser el día de Júpiter durante el mes Asgardiano de Virgo, cuando llegara hasta mí un brote maravilloso de algo que necesita precisamente la ayuda de todos los divulgadores, de gratas noticias, de reflexiones intensas que deben darse a conocer.
El libro de un hombre consciente de la realidad en que vivimos las múltiples contradicciones por las cuales atravesamos. En el prólogo, La Historia verdadera nos invita a ser la mirada que no se olvida, esa que se apega a la letra escrita y sigue la lectura del material que tenemos frente a la computadora.
Nos da pistas de eso que aprendemos bajo presión, lo que los neurocientífico reconocen como dar un paso adelante bajo situaciones de vacilación o carencia, es ahí donde podemos ser los humanos que avanzamos hacia delante, no los que se quedan aceptando lo que ya tenemos.
Una pregunta vital nos golpea la razón al final del prólogo y es bueno saber de qué se trata. Ese destello ha de alumbrar su recorrido al avanzar en el libro, no solo eso y es claro, que no seremos los mismos después de leer esta obra.
Reitera hacia nosotros esa mirada, el autor voltea y nos mira, decide en la introducción que ya tiene un grupo para poder seguirlo y que nos ha atrapado con su amena charla…
Me pregunto si al que miro en la contraportada esta tratando de esconderse de la mirada curiosa de algunos, pero no, no es así. El alter ego es un factor vital para el que escribe y eso es bueno hacerlo notar.
Al llegar al Capítulo 1 – El mito del progreso, cada detalle se observa. Cada uno veremos nuestra propia historia reflejada en el fondo del reflejo que nos muestra el autor desde el sitio donde escribe.
Somos capaces de tanto y de tan poco al mismo tiempo; somos gestores y destructores, pero cada párrafo nos lleva al sitio donde todo comenzó, con la revolución francesa, ese lugar que vio nacer a nuestra nación y el sitio donde habita el escritor de esta obra, que se convierte en luz desde la ciudad reconocida mundialmente como la ciudad luz. Es cierto, tal vez no se encuentre precisamente en París, pero es Francia la tierra donde habita y desde donde escribe.
Me quedo con una frase fundamental: somos a quienes tocamos, lo que construimos e ideamos.
Entonces me acerco llena de entusiasmo al Capítulo 2 – Caer, nuestra manera de aprender; en definitiva, caemos de continuo sin saberlo. La gravedad es eso, que nos mantiene en caída, no nos permite el vuelo y creo que el autor refleja este punto de vista de una forma muy importante.
Gracias a estar en esos huecos del primer párrafo, nos impulsamos, amamos la luz y perseguimos el viento, ese que sopla desde el porvenir y el progreso. Lo que nos rompe nos hace más fuertes, lo que nos hace girar la mirada, nos recuerda que lo que somos, dejará de serlo y nos insta a “flashazos” a vernos distintos, etéreos y capaces de prevalecer por el tiempo que tenemos para hacerlo.
En este espacio el escritor reconoce que claramente su vida cambia cuando decide escribir para comprender en qué sitio y momento habita. Comprender la caída, no como un brusco fracaso, sino como un impulso.
Entonces es bueno recordar que para que la tierra sea fértil, podremos dejarlo en cenizas… Ellas saben por sí solas que es una forma de reactivar lo que importa.
Llego al capítulo 3 – La lentitud como resistencia y sigo pensando en la semilla, no brota como la comida rápida, pero no me adelanto, voy a leer cada párrafo con calma…
En ese instante del que algunos neurocientíficos hablan, deja que el cerebro descanse, dale un “Inicialización” o “relentización” en tu ajetreado día, ¿cómo?, cierra los ojos y respira lento por unos minutos, olvida todo en ese momento y dale ese espacio a tu innovadora máquina de ser quien eres a la que llamas cuerpo.
El autor nos adentra en este espacio con ejemplos claros de sucesos valioso que se dan en lo cotidiano. Y de esta forma nos quedamos pensando en ese mundo que vivimos entre horarios y compromisos cuando somos jóvenes y se nos señala como gente en edad productiva. Sin duda terminarás el capítulo con un suspiro en el alma y una meditación sobre tus propios actos.
Ha llegado el momento donde el solo título me deja agotada… Capítulo 4 – Los que pagaron la cuenta. Nada de lo que hagamos quedará sin el registro de una cicatriz, de un olvido y de una destrucción donde solo aparezca el recuerdo.
No solo la naturaleza, la vida misma que somos, nos da golpes de experiencia, y esto no puede ser diferente en el microespacio que recorremos a pie. También en los microuniversos que nos habitan, allende las fronteras, lejos de nosotros y cercanos cuando vamos al supermercado y vemos que esto o aquello ha llegado de lejos para hacernos la vida mejor y especial.
Cuando nos adentramos en el Capítulo 5 – Los guardianes del fuego, no quedamos indiferentes. Pienso en el signo zodiacal del hombre que escribe y sí, es el fuego lo que rige su paso y sus actos, pero veamos qué nos dice…
El fuego interior de todo ser humanos nos habita, nos convoca, hace que recordemos el pasado cuando, junto a una hoguera, se reunían las familias para recordar relatos, muchos de ellos transmitidos solo de forma oral, si los seres que le dan impulso a lo que somos son ellos “Los guardianes del fuego.”
El escritor nos habla a través de ejemplos, detalles que suceden en alguna parte del mundo, es como recordar que solo lo que podemos iluminar será recordado. En el vacío y la oscuridad, algo cambia cuando un guardián de fuego aparece para darle contorno y color.
Algo de reciclaje nos trae a este capítulo, a negarnos a ser los que se reinventan solo si cuentan con nuevos utensilios y pulcros e innovadores espacios. Es una voz de lucha y resiliencia, un clamor a lo que no puede apagarse sin dar batalla.
El cierre del capítulo señala lo impresionante de la imagen de una fogata que ha quedado con sus brasas ardientes… ¿Qué haces cuando las brasas quedan así?
Al llegar al siguiente capítulo, observó al cazador que ya imaginó cocinar en esas branzas una cena especial… Capítulo 6 – Simular para sobrevivir. Entiendo que no todos aceptarán ser cazados sin dar batalla…
Pero soy impresionada por una astucia del autor, quien nos describe el mundo ante el derrumbe, el gran apagón… Si ese lugar que se ha visualizado en las distopías de miles de filmes que recorren el mundo y que para muchos son eso, que se mira, se sufre, pero únicamente queda en la pantalla del televisor y del cine del barrio.
Nos brinda ejemplos, sabemos que los hay: salones donde se prohíbe el celular, bibliotecas donde no se utiliza por un día la tecnología y se solicita silencio y muchos más que podrán reconocer y recordar.
Nos insta al simular, crear y creer en ese simulacro similar a los que se realizan ante el posible colapso de un terremoto…
Entonces me pregunto: ¿Realmente estaremos aprendiendo de eso, habremos entendido y para qué? ¿Acaso nos derrumbaríamos en espera de que el regreso a la normalidad vuelva a sabiendas de que es posible, solo simulamos?
Recordemos el inicio de esta obra cuando nos dice en la Introducción: “Este libro no es un manifiesto.” No es un programa. Ni siquiera es una certeza. Es una mirada.
Me intriga el descubrimiento al llegar al Capítulo 7 – Un mundo con bordes, ciertamente solo los terraplanistas considerarían esto viable… Pero, ¿a qué se refiere?
El mundo, para infortunio o fortuna, es redondo; podemos recorrerlo y volverlo a hacer, si fuera posible, y para muchos lo ha sido. el autor nos vuelve a sorprender, cuando señala que no estamos respetando el borde como avanzamos, recorrer el globo… Tal vez, ver el todo y entender que no es lo mismo.
Sin embargo, al entender el borde, reconocemos lo indivisible y lo compartido; nos habla de esos límites que no se ven bien en las sociedades actuales, aquellas que disfrutamos cuando hemos llegado a la edad donde todo lo que somos se construyó con lo que hicimos. Y ya somos viejos y poseemos talentos únicos que nos permiten sentirnos maestros, tenemos el tiempo que nos fue negado de jóvenes y la edad nos da límites y presencia diferente ante los otros.
Ahí entendemos que los límites son formadores de consciencia. Comprendemos con claridad que la “champaña” desbordada es un atributo del dispendio.
Cae, como por arte de raciocinio, el siguiente capítulo 8 – ¿El ser humano, variable de ajuste?… Al leer que somos reemplazables, que si el rendimiento que ha sido evaluado por un algoritmo no nos respeta el acceso, dejamos de ser la promesa que pone pan en la mesa de la familia.
Me inquieta, me duele, lo sé, entonces esos límites de los que habló el autor en su anterior capítulo me dan un golpe en la nuca, porque todos merecemos el vuelo de la imaginación y la posibilidad de ser quienes somos solo por lo que hacemos.
Entonces, vuelo a sonreír al momento de leer que aquello que desborda, es lo que nos permite tomar el aliento para recrearnos. De alguna forma así lo entiendo y me revitaliza.
Entonces decimos que no a lo que nos han hecho respetar, a lo que nos han negado, le miramos de frente y nos preguntamos… ¿Qué tenemos que respondernos? La respuesta aparece al final del capítulo y es fundamental.
Un suspiro, una voz especial me acerca al capítulo 9 – El derecho a dudar. Me viene a la mente aquella frase filosófica: “pienso, luego existo.” René Descartes reconoce que empezamos a pensar cuando algo no encaja; necesitamos que esto nos ayude a llevar claridad a lo que hay ahí. Cuando algo nos pide claridad, no siempre es porque esté roto, sino porque está esperando ser revelado.
Yo, en lo personal, me siento afortunada de ser una mujer que duda y que no lo sabe todo, que puede recurrir a la inteligencia artificial para dar contexto a lo que escribe y es bueno entender que el mundo esta ahí para admitirlo.
Bien, después de esta reflexión y de darle un calificativo óptimo a la duda, sigo adelante con este maravilloso libro. La metáfora que aflora en medio del discurso, abre un portal magnífico, cuando advierte que es la duda lo único que nos impide que la noche caiga por completo, por supuesto, la duda enciende una hoguera para seguir en vigilia, le abre la puerta a una luciérnaga, desdobla el deseo que somos por encontrar respuestas.
La duda impide el silencio, en ella se queda el que abrió la grieta y nos invita a descubrir lo que no sabemos…
Reconocer el logro de entender qué sucederá cuando la duda se despeje es un sonreír en el trayecto, de ese lugar hermoso que me lleva de la mano al capítulo 10. Para que valga la pena.
¿Después de todo lo que ya sabemos del mundo, habrá algo que valga la pena? Sí, he sonreído, es porque todo razonamiento nos insta a creer, pero leamos…
El detalle lo es todo, si de eso habla, nada del otro mundo. Hasta aquí medito por qué le da tanta relevancia al detalle… Viene a mi mente un escenario de la guerra donde sostener la mano de un moribundo que pudo tener una buena y aceptable vida, se ha quedado destrozado por la metralla, pero se lleva un detalle del humano que no conoce.
Me replica el autor al señalar: trazar un trazo en la arena, eso es valioso, es algo que se queda… También el odio de los que fueron negados, desprotegidos, asesinados… Sin embargo, esto no es nuevo. El mundo ha crecido y evolucionado entre la guerra, la sostiene y muchas veces la aprueba.
Lo más importante es que esos gestos, amables, discretos, repartidos como semillas en el viento, son valiosos; recordemos a todos los que oran desde sus distintas religiones, los que llevan comida a los refugios, los que se abrazan y entregan presentes, los que cantan en reuniones públicas… Es verdad, algo debe suceder; ahí es donde algo quiebra la dinámica en la resonancia del tiempo y el espacio.
No tardó en aparecer el Epílogo – En camino y la sugerencia insta a descubrir lo que hemos recorrido como humanos en un planeta que nos ha permitido ser, querer, amar, estar…
Cada uno de los que acompañamos al escritor estamos en ese camino, le hemos dado la mano de forma virtual o real, le tenemos como un guardián de fuego, un escritor que merece ser leído y que nos cautivó para no dejar de hacer lo que como humanidad nos corresponde.
Gracias al autor por el recorrido y las reflexiones que me ha permitido expresar.
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