La cara oculta, como símbolo del saber no domesticado, ese espacio aterrador para ser recorrido, el sitio donde se pierde la noción de sombra y de asombro de todo lo reconocido.
Tomando en cuenta las caras de la luna, podríamos imaginar que cada fase lunar representa una forma de cruzar: la luna nueva como desvanecimiento, la llena como revelación, la menguante como transmutación.

Ciertamente, de la luna no sabemos mucho, pero la reconocemos como algo sin lo cual no podríamos tener la vida que tenemos. Las mareas no serían lo mismo, somos afortunados con una luna como vigilante y ayuda.
La Luna no exige ser comprendida, únicamente ser reconocida. Ella sostiene el pulso del agua, el mar y la matriz, recordándonos la conexión íntima que todos compartimos con la naturaleza. Sin su presencia, la Tierra giraría sin medida, sin memoria, como un reloj desajustado que pierde su ritmo. Ella es la que guarda el equilibrio invisible, el faro en la oscuridad que orienta a las criaturas nocturnas y también a los navegantes perdidos.
La que vela por la noche para que no se nos escape el misterio, invitándonos a contemplar el vasto cosmos y a reflexionar sobre nuestro lugar en él, llenando el cielo de sueños y anhelos que solo podemos alcanzar cuando miramos hacia arriba en busca de su luz.
La llamamos satélite, pero en verdad es centinela. Vigilante de lo que no vemos, y ayuda silenciosa para que algo dentro siga floreciendo. Quizás no sepamos todo sobre ella… pero sabemos que, sin ella, seríamos otro planeta.
Debe estar conectado para enviar un comentario.