La aprendiz toma entre sus manos el pliego de corteza de árbol donde el Mago dejó escrito este ritual de invocación. Ella sostiene el instrumento central de iniciación, evocando lo ancestral, lo vivo, lo que ha sido parte de la naturaleza antes de convertirse en un símbolo mágico.
La corteza cruje apenas entre sus dedos. No sabe si es el eco del árbol o el temblor de su propia voz aún no pronunciada. El pliego no tiene tinta, tiene sombra. Cada trazo parece haber sido escrito con obsidiana disuelta en memoria.
El mago no está presente, pero su silencio la rodea. Entonces ella comprende que este no es un texto para ser leído, sino para ser dicho, sentido, invocado.
Y lo pronuncia.
Que la sombra se alce sin temor.
Que el silencio hable con voz de piedra,
yo invoco al espejo de obsidiana.
Tú que guardas la forma que ya no soy,
tú que ocultas la imagen que aún no nace,
revélame en fisura, en reflejo, en temblor.
No quiero respuestas,
quiero presencia.
No busco forma,
sino fractura.
Ante ti me inclino,
y en tu abismo,
me reconozco como quien aún no ha sido.

Estas son las palabras que pronuncia la aprendiz, dictadas con antelación por el mago, a través de los símbolos que ella observa en la corteza del árbol que le fue dado como un pliego mágico. Son un instrumento ancestral que debe ser utilizado con cuidado y responsabilidad. Él esta cediendo una chispa de su propia esencia a través de la piel de un árbol ancestral para ayudar en el camino a la joven mujer.
Entre el rito y la búsqueda notamos una gran diferencia; el mago en el pasado invocaba el ritual para poder establecer un contacto con los mundos etéreos. En esta ocasión, la aprendiz va a un lugar real que es desconocido para la mayoría de los humanos que vivimos en el planeta Tierra y además tendrá que ser reconocida por el espíritu que los humanos le han dado a un grupo constelar.
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