La selección inteligente (15)

Despertarse con el ánimo soleado era algo que le agradaba sobremanera y que agradecía en cada momento. Así que llegó el día en el que recibió una carta de nuevo y en ella se daba cita para el viernes a las 8:30 de la noche.

Ella conocería de antemano el nombre de cada uno de los escritores fantasmas y al mismo tiempo se le envió el currículum de cada uno de ellos. Tomando en cuenta que estaban en martes, tendría la opción de negarse a ver a alguno de los presentados, por las razones que a ella le resultaran convencionales, o simplemente dejar que los acontecimientos se sucedieran de acuerdo a la agenda.

Miro con atención que uno de ellos era un hombre con estudios de filosofía y letras y filología, un académico con varias obras propias publicadas, conocido en el ámbito académico. Un conferencista que frecuentaba conversaciones y entrevistas con amplios públicos universitarios.

El segundo era una mujer con credenciales de educación y magisterio, organizadora de eventos escolares, entrenada para seguir las reglas en la confección de los estudios obligatorios en la cátedra de educación.

Y, el tercero, era un hombre relativamente joven para ella, de solo 40 años, que había abandonado la carrera de letras por razones personales y se había convertido en corresponsal en diferentes ONG. Había publicado en revistas contestatarias y se le habían negado los sellos de visado en diferentes países. Procuraba los seudónimos para publicar su obra y, consecuentemente, no era una figura pública reconocida, tampoco brindaba conferencias y permanecía en el mundo editorial oculto, dedicado con frecuencia a la labor de actuar como escritor fantasma.

Recordó a J.K. Rowling que usó el seudónimo de (Robert Galbraith): para escribir novelas de misterio y distanciarse del éxito de Harry Potter, explorando un género diferente. También a Mary Ann Evans, quien usó un nombre masculino (George Eliot): para que sus obras fueran tomadas en serio en una época en la que las escritoras enfrentaban prejuicios de género.

Admitió que había muchos escritores que por razones diversas protegieron su privacidad para superar barreras sociales. No entendió con claridad la razón por la cual dos personalidades conocidas en su medio deseaban que ella mantuviera una conversación con ellos, lo consideró intrusivo y de inmediato escribió lo siguiente al coordinador de la entrevista:

Estimados, señores, solamente deseo mantener una conversación en línea con el tercer escritor mencionado. Considero que es el apropiado para cumplir con el trabajo que necesito asignarle. Agradezco su atención y espero su respuesta.


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