El hombre le miró con seriedad mientras ella se volvió a la imagen que lo había atraído hacia ese lugar y, con paciencia y amabilidad, solicitó:
—Antes de marcharme, me gustaría pedirle un pequeño favor: permítame un baile, solo eso antes de irme, por favor.

La dama de los unicornios sonrió y solicitó a sus unicornios que ejecutaran, junto a otros seres mágicos del bosque, una bella melodía, única y sensible. Aceptando el brazo del caballero, quien con una evidente sonrisa reconoció que al menos no se iba de ahí, sintiendo que había estado ante un ser inaccesible.
Tal vez en otros sueños el cumplía los requerimientos dormidos en su cuerpo solitario, pero en esa ocasión logró que el alma de la dama de los unicornios cobijara su ser entre la melodiosa música del bosque.
Agradecido comprendió que la magia tiene recursos que el corazón puede entender sin olvidarse de lo que sensibiliza a su entendimiento. Cuando escuchó a la mujer de los unicornios:
—Estimado amigo, la vida es un riesgo y tal vez no encuentre lo que busca, pero sabrá perfectamente lo que no necesita en su vida.
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