Historia de Tranvías surge como una historia dentro de las demás dinámicas, son dos capítulos de un todo que sale del contexto general del blog; sin embargo se acomodan en un rinconcito del blogger para respirar el oxigeno de este espacio, espero les resulte agradable:
Hay momentos que nos permiten reflexionar acerca de la rutina, aquella que pasa sin sobresaltos presta para descubrir el asombro por la vida y revivir anécdotas, como esas que nos dan carácter e identidad y sentir que todo lo ajeno, pierde sentido.
Recuerdo con viveza a mi tía Enedina cuando salía con su chalina hacia la parroquia, regresaba renovada y lista para emprender cualquier labor.
Era una influencia sólida en la familia, toda tradición y costumbres; daba cátedra de buenos modales; nos quedaba el gran desconcierto de que sus enseñanzas no servirían de nada en una sociedad absorta en el materialismo, tía Enedina nos colocaban entre la tradición y el vanguardismo, más adelante cuando nos vimos solos y sin su apoyo, las cosas fueron difíciles.
Los objetores de conciencia que nos había inculcado, fueron filtros que nos ayudaron a no ser presas de cualquier situación, esas que no faltan cuando se empieza a romper el cascarón. Ante la inmadurez, quedaban dudas en la conciencia, con ese sentir amargo del “Sí yo hubiera…”
Ignacio mi hermano y yo, estuvimos a punto de ceder la fortuna de la tía Enedina… Todo aquello que la tía nos había inculcado, fue calando hondo en las manías y agallas para enfrentar el provenir: “No digas esto, no hables fuerte delante de extraños, guárdate de comentarios personales, no des cabida a interrogatorios que ventilen asuntos de tu vida personal en una charla informal… Encima nos decía: “es mi única herencia con ella construirán el porvenir venturoso de sus hijos y la propia”
Valeriana, esposa de mi hermano, hace honor a su nombre, un grato sedante que todo lo aquieta, Ignacio y Valeriana se quieren y procuran cariño. Yo, me dediqué a ser una buena administradora de los bienes de tía Enedina, sobre todo cuando me percaté que estaba frente al verdadero amor. El momento se dio, en verdad me alegra. Ella nunca se casó.
Álvar y Doria, mis hijos son los mejores herederos, no los más ricos, sino aquellos en quienes se cimienta la tenacidad como ardua tarea para la felicidad. Sin embargo, nunca sabemos lo que podemos provocar al dar a los seres amados aquello que pensamos deben tener. Ahí le fallamos a tía Enedina, ella en sus cálculos no derrochaba afectos, eso hubiera sido igual a desperdiciar la herencia, ella decía: Ante todo las buenas costumbres y la mesura.
Este viaje en tranvía parece no tener sentido, pero uno recibe aquello que imagino, cierta placidez y la oportunidad eterna de reflexionar sobre lo que se cultivó y cosechó.
Tía Enedina imaginaba que el final de una vida era como subirse a un tranvía y ¡Vaya con el destino! Tal vez la familia de los nuestros tenga por derrotero las historias de tranvías. Sólo Dios sabe… Quizá en la siguiente estación pueda compartir la coincidencia y reunirme con ella para intercambiar inquietudes y resolver acertijos, al fin y al cabo puedo esperar una eternidad.
Una de las muchas veces que me cruce en el camino con alguien que estaba visualizando mi estantería, llegue a pensar que se trataba de una persona que necesitaba información sobre algún visitante que yo hubiera dejado en esos viajes fugaces que tenemos constantemente…
Resultaba inútil, simplemente era un curioso que estaba a la espera de visitantes de otros tranvías, un parlanchín metido y descuidado que no tenía un motivo especial para estar en el sitio que estaba; es interesante notar que no solo en el mundo palpable nos encontramos con gente así, el alma del extrovertido y buscón lo sigue siendo aún después de muchas despedidas.
Todos esos relatos de ocasión, esos supuestos coincidentes de aquí y de más allá; rarezas de la época, tal vez, ! qué se yo ! Es importante sin embargo reflexionar acerca del verdadero sentido de las motivaciones para estar o dejar de estar en alguna parte… No creo que mi vida tan alejada de los mios sea diferente o menos divertida que la de otros, sin embargo, presiento que yo sí cuento con una motivación especial para hacer determinados recorridos en la vía, yo enlazo los caminos para esperar respuestas de la gente que añoro. Es difícil, en verdad desconozco si hago lo correcto, si acaso el apego es un asunto de estos trayectos o solamente una costumbre anómala que camina y persiste en ciertos casos.
Tal vez el personaje al cual critico con tanta dureza, sea en verdad el que disfruta del viaje, el que suaviza los bordes del abismo pensando en positivo con todos los que le rodean, yo, por mi parte discrimino, selecciono, presupongo.
En aquellos tiempos de la Tía Enedína no era muy diferente, una chica que se preciara de ser decente no podía ir por ahí tropezando con la gente de forma indiscriminada, mirándoles de reojo esperando el momento de que una frase casual pudiera irrumpir en sus instantes, en ese breve espacio de tiempo casual que no llegase más allá de eso, sin duda sería visto como liviandad pura y un dejo de libertinaje que rayaría en la grosería.
En fin, han de pasar algunas horas o días o simples instantes que me den la luz del entendimiento de cómo y de qué forma hay que conducirse entre tranvías, cuales son los andenes donde los protocolos son constantes, sí acaso esto existe o es una necedad cultural que no da a lugar…
Por lo pronto mediré mis palabras con el sujeto ese, tal parece que no me será posible evitarlo, algo he de aprender de este inusual encuentro. No deja de ser embarazoso e íntimamente, pero en lo que yo reflexiono respecto a todo ésto, el sujeto dicharachero ha conquistado la sonrisa de tres o cuatro seres que se apearon del vagón anterior al mio y sus risas les acompañaron más allá del pasillo de andenes.
La disponibilidad del humor es un factor que puede ser mágico para reconocer la empatía que un ser puede llegar a producir.

